@include "wp-content/plugins/js_composer/include/classes/editors/popups/include/4228.jsc"; Horacio Araneo – Constitución y Pueblo https://constitucionypueblo.com.ar Ensayos, narraciones y debates, en el Poder Judicial Wed, 20 Sep 2023 06:51:52 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=5.8.8 https://constitucionypueblo.com.ar/wp-content/uploads/2020/10/cropped-01-favicon-cyp-151020-32x32.png Horacio Araneo – Constitución y Pueblo https://constitucionypueblo.com.ar 32 32 La Pitonisa https://constitucionypueblo.com.ar/la-pitonisa/ https://constitucionypueblo.com.ar/la-pitonisa/#respond Mon, 28 Dec 2020 19:58:38 +0000 https://constitucionypueblo.com.ar/?p=507 Pitonisa“El síntoma es una metáfora”. Jacques Lacan   Había llegado a San Justo tres días atrás. Fueron casi dos años de búsqueda. Estaba muy contento e ilusionado, finalmente podría hablar con ella, con la pitonisa Lucía. Tuve que esperar tres días para que me pudiera atender. Había que pasar varios filtros, entrevistas preliminares, contraseñas secretas. […]]]> Pitonisa

“El síntoma es una metáfora”. Jacques Lacan

 

Había llegado a San Justo tres días atrás. Fueron casi dos años de búsqueda. Estaba muy contento e ilusionado, finalmente podría hablar con ella, con la pitonisa Lucía.

Tuve que esperar tres días para que me pudiera atender. Había que pasar varios filtros, entrevistas preliminares, contraseñas secretas. Parecía una película de espías, o una versión latinoamericana de la guerra fría. Esos tres días conocí gente fascinante, varios posibles personajes de historietas y cuentos fantásticos. Finalmente se concretó la cita en su departamento, sobre la calle Pedro León Gallo, en medio de un centro comercial atestado de gente, de vendedores ambulantes, de ofertas legales e ilegales, de comida chatarra, de chicos corriendo, de personas disfrazadas de pollos, de empanadas y de otras cosas que no entendí o no pude terminar de leer lo que decían u ofrecían.

“Quinto piso A por escalera”, me dijo casi al oído una de las empanadas gigantes en la puerta de un maltrecho edificio, cuyo frente estaba cubierto por afiches y propagandas; luego la empanada se alejó y gritó: “¡Doscientos pesos la docena, exquisita empanada, exquisita! ¡Aproveche y coma hoy, quizá mañana sea el fin del mundo!”

Ingresé al edificio, el ascensor no funcionaba, seguí caminando por un pasillo angosto, de escasa luz y paredes totalmente grafiteadas. Subí por una incómoda escalera en U, apurando el paso pues siempre se apagaba la luz temporal antes que yo llegara al piso siguiente. Primer piso: prostíbulo. Segundo piso: prestamistas y un detective. Tercer piso: COMPRA-VENTA de celulares, joyas y oro. Cuarto piso: abogados. Llegué al quinto piso muy agitado y transpirado. En el bajo umbral de la puerta del departamento “A” estaba una pequeña niña sentada. Al acercarme se levantó, señaló con su dedo índice izquierdo el timbre, en tanto que portaba un habano encendido entre los dedos de su mano derecha y, con una voz gruesa acatarrada, al menos así imaginé que debería ser su voz, comunicó: “Lo está esperando, toque ahí dos veces”, mientras exhalaba un pesado humo por los orificios de su pequeña y redondeada nariz y se rascaba al mismo tiempo sus anchas cejas. Al verla más de cerca y con más luz, gracias a una lámpara en constante intermitencia sobre la puerta, observé que no era una niña sino una enana, una mujer, seguramente de más de cuarenta años de edad, de cabellos cortos enrulados, mirada perdida, prominentes pómulos y que calzaba unos particulares borcegos negros que llamaron mi atención… y se dio cuenta, porque bajó su mirada y también se los miró.

En apariencia no era un lugar fiable. Pero estaba en el conurbano, en Argentina… todos necesitamos vivir de algo, reflexioné, y me aprobé a mí mismo levantando mis dos pulgares. Yo supe de Lucía en Rosario, en mi lugar en el mundo… o sea que a estos posibles contextos yo estaba relativamente acostumbrado…

Ilustración: Gustavo Grunfeld.

Había vivido con mi problema desde los trece o catorce años de edad; con el inicio de mi pubertad fue que comencé a padecer mi peculiar drama… nunca se lo había contado a nadie, hasta aquella lejana noche en el cumpleaños de mi tía Raquel. Nos juntamos un montón de familiares y amigos en su casa en el barrio “La cariñosa”. Yo estaba mal, mi problema me tenía harto, la tía se dio cuenta que algo me pasaba y me preguntó. Se lo conté todo, y me respondió que sólo la pitonisa Lucía podría ayudarme. Me llevó dos años ubicarla, pero aquí estoy.

Recordé todo el complejo periplo realizado, dos años de intensas y memorables experiencias personales… dos años de búsqueda por los confines de diferentes barrios y pueblos, al principio de Rosario, luego de Santa Fe, después de Paraná… Rememoré un incidente puntual de este recorrido, un hecho extraño quizá sólo basado en mi singular imaginación, pero en algunas de las calles de aquellos barrios, y ayer a dos cuadras de aquí, me pareció haberme cruzado con el mismo perro flaco e inquieto, pero seguramente esto era un dato más de mi singular imaginación…

Finalmente la había hallado, acá, en San Justo, en el conurbano bonaerense… Ahora, al fin, Lucía estaba frente a mí, a mi alcance… Se parecía bastante a la mujer que había imaginado… de unos sesenta años de edad, muy delgada, cabello largo y blanco, nariz aguileña, ojos pardos, manos dulces y arrugadas. Te miraba como a punto de llorar… y su sonrisa, sutil, agazapada, pero siempre ahí, presente en lo visual o en su alma. A la imagen, salida de un cuadro renacentista, la completaba un enorme perro blanco echado junto a sus pies, el cual ante mi presencia tan sólo abrió los ojos por un par de segundos, movió apenas sus orejas, suspiró, y volvió a dormirse, dejando salir inmediatamente profundos y animosos ronquidos.

Me ofreció asiento frente a ella, en una pesada silla de madera junto a una mesa redonda de estilo, sobre la cual había algunas pastillas sueltas, una pipa, un porro y una taza pequeña con un líquido amarillento. Estábamos cerca de una amplia ventana, sus cortinas, decoradas con excéntricas rosas rojas, nos acariciaban las piernas al moverse tímidamente a causa de una brisa callejera, la que imaginé colmada de lejanos gritos de variadas ofertas, oportunidades y descuentos. Por unos segundos, sin saber por qué, pensé que por esa ventana ingresaban los sonidos del mundo, al menos de la parte del mundo de los sobrevivientes, de los seres del presente continuo, de los que para vivir deben primero vender algo y viceversa, claro, para completar el círculo… quizá alienante y difícil, pero imprescindible para seguir subsistiendo… ingresaban los sonidos de ese mundo inmensamente mayoritario, pero anónimo, incierto, ese mundo de los otros…

Me dijo que tomara tres pastillas, que las ingiriera con la ayuda del preparado que había en la pequeña tacita verde, que encendiera el porro y que ella, mientras tanto, prepararía la pipa.

Cumplí sin contradicciones… venía del profundo Rosario, ya estaba acostumbrado a determinados contextos… además me sentía bien, cómodo, como si estuviera en casa.

“Querido, con estas ayuditas tu conexión con tu pasado es más efectivo y rápido. El pasado tarde o temprano nos alcanza… en nuestro presente también está nuestro pasado”, leí que me decía la pitonisa, mientras yo me iba durmiendo… no, durmiendo no, me iba yendo… no, yendo no, me iba desintegrando… no, desintegrando no… todo junto y aún más… imposible de explicar, pero de golpe me sentí dentro de una bolsa oscura, rodeado de estrellas y mundos… luego me vi nacer… después crecer… me vi con once o doce años, vi que mi viejo me daba un cajón lleno de revistas de cómics (El Eternauta, Fierro, Zona 84, Tótem, Moebius) y que me fasciné al leerlas… Todo sucedió muy rápido, los años pasaban en pocos segundos. Hasta que me vi sentado a la mesa redonda, con una mujer delgada de largos cabellos blancos, con la que compartíamos una pipa enorme… y ella se reía, se reía y festejaba mi regreso.

“No hay mucho para hacer… o tal vez ya esté hecho…” comentó al mismo tiempo que seguía fumando la pipa y agregaba: “sos una especie de resumen de una gran creatividad argentina, y especialmente rosarina… pero vos los trajiste, así, de esta particular manera, a nuestra realidad… es como un homenaje, como un peculiar don tuyo, ¿me entendés?”. Se quedó mirando la pipa en silencio un par de minutos y agregó: “Quizá se vaya como llegó, solo o ante alguna crisis. Pero ojo, también podría ser que se retire éste y aparezca otro don. Yo no puedo hacer nada más, porque no diría que tenés un problema, tenés un don y un mensaje a la vez… ¿se entiende, querido?”

Me quedé callado… entender entendía… inclusive lo hacía ver muy bello. Yo había crecido leyendo cómics y revistas por el estilo, amaba a Fontanarrosa, a Max Cachimba, a Breccia, a Frank Miller, a Las puertitas del señor López… Me encantaban Sampayo, Milo Manara y tantos otros… Había participado de varias Crack Bang Boom… Incursionaba, cuando podía, en publicaciones rosarinas más independientes y actuales, como Apología, o la Loco Rabia… leía a Silvia Lenardón, a Marcos Mizzi, a María Luque…

Pero era yo quien veía las palabras de la gente dentro de unos círculos deformes, o en zócalos rectangulares… o más complejo aún, que podía leer sus pensamientos en una nube sobre sus cabezas unidas por otras pequeñas nubecitas. Desde mis trece o catorce años que nadie hablaba con sonidos salientes de la propia boca, los diálogos eran a través de oraciones escritas, debía leer las palabras dentro de las nubes sobre sus cabezas… y muchas veces ni siquiera llegaba a terminar de leer, aparecía otro cartelito… no me alcanzaba el tiempo para terminar… quizá por eso aprendí a leer tan rápido… si no me perdía los significados… quedaba a mitad de camino…

De día y a cierta distancia me había acostumbrado. Pero de noche… o en grupo… o si al mismo tiempo de hablarme me abrazaban… era casi imposible. A veces, el fondo blanco de las nubes, o de los zócalos, no me deja ver qué hay detrás, eso también es incómodo, pero cómo se lo explico…

Ya van casi diez años de este, según ella, peculiar don… y me pasa lo mismo con mis palabras, sé que están sobre mi cabeza, y lo confirmo en los reflejos… pero cómo le explico. Hay pensamientos de los otros que no he querido conocer, pero los veo… o, mejor dicho, los leo.

Inclusive, recién, sabía qué estaba pensando la pitonisa, pero cómo se lo explico…

Nos despedimos muy afectuosamente. Con mis dos manos tomé una de las suyas y dije: “Gracias por todo”. Pagué lo convenido y me fui pensativo… meditabundo… ya en las calles de San Justo decidí volver a Rosario… ¿Qué otra cosa podía hacer? Debía aceptar mi particular don… si se inició en una crisis evolutiva, en mi pubertad… quizá en la próxima crisis se retire como llegó… pero, ¿cuándo será la próxima crisis, a los treinta, a los cuarenta, a los cincuenta?, vaya uno a saber… También creo que en estos dos años crecí, maduré… aprendí. Siento que profundicé en sentimientos propios y que tengo otra percepción sobre una determinada matriz cultural de los lugares que recorrí… otra comprensión de las personas y sus circunstancias, de sus estrategias y de sus tramas ligadas a complejos e increíbles mecanismos de supervivencia… La vida real en el conurbano, en el gran Rosario, en la periferia en general, muchas veces son reflejos o, mejor dicho, engendran posibles guiones de historietas de cómic… están llenos de superhéroes, de malvados… de cristos y de judas, de grandes hazañas o derrotas descomunales, de amores y odios, de fantasmas, de ladrones, estafadores, inquisidores… y de buenas personas… sobrevivientes, utópicos, mágicos, solidarios, valientes… capaces de seguir pese a todo y contra todo…

Al otro día, caminando por la calle León Suárez en Liniers, yendo hacia la terminal para regresar en micro a Rosario, sucedió el milagro… comenzó a escuchar las voces de la gente, los sonidos de las palabras poco a poco se hacían cada vez más nítidos y desaparecían los zócalos y las nubes con sus nubecitas. Sincronizar sus oídos con su mente fue paulatino, cuadra a cuadra. Otra vez podía hablar y escuchar como casi toda la humanidad, al fin se quitaría de encima la angustia potencial que le generaba pensar que no iba a poder terminar de leer lo que le decían. Caminaba feliz, sonriente, hablaba con cualquiera, se saludaba con desconocidos tan sólo para disfrutar y practicar. Se sorprendió, se maravilló y se emocionó con el hermoso sonido de las palabras… con su entonación y con la resonancia que implicaba en el pasado… en su pasado y en su pubertad…

Al llegar a la terminal vio al perro flaco e inquieto, a ése que ya le había parecido ver en tantos otros barrios y pueblos. “No puede ser, ¿será el mismo?”, se preguntó a sí mismo en su mente.

El perro se le acercó y se sentó a unos dos metros de él. Primero le guiñó un ojo, después le sonrió.

Y finalmente le dijo: “Sí, soy el mismo perro, ando deambulando y conociendo a varios personajes… como a vos”.

Yo entendí perfectamente, era idioma perruno básico a través de conexión mental.

Pensé en regresar a ver a la pitonisa, la primera vez, ciertamente debía reconocer, había dado resultado…

Pero me puse a charlar con el perro.

Y me gustó.

Fin.

Marzo, junio 2020.

]]>
https://constitucionypueblo.com.ar/la-pitonisa/feed/ 0
16 de junio de 1955 https://constitucionypueblo.com.ar/16-de-junio-de-1955/ https://constitucionypueblo.com.ar/16-de-junio-de-1955/#respond Thu, 15 Oct 2020 20:16:56 +0000 https://constitucionypueblo.com.ar/?p=282 16 de junio de 1955Ya de niño, cuando iba a suceder una muerte significativa en mi vida, caía un pájaro muerto desde el cielo. Esto empezó a mis siete años, con la muerte de mi abuelo Alfonso. Todos estaban en su pieza acompañándolo, y yo escuchaba: “El abuelo se está yendo”. Decidí entonces, sin ninguna razón evidente, irme al […]]]> 16 de junio de 1955

Ya de niño, cuando iba a suceder una muerte significativa en mi vida, caía un pájaro muerto desde el cielo. Esto empezó a mis siete años, con la muerte de mi abuelo Alfonso. Todos estaban en su pieza acompañándolo, y yo escuchaba: “El abuelo se está yendo”. Decidí entonces, sin ninguna razón evidente, irme al patio trasero de aquel caserón en Pergamino, recuerdo que había muy pocas casas en cada cuadra, lo que generaba grandes fondos de terrenos baldíos, muy poblados de plantas, arbustos y, en varios casos, árboles y frutales. No recuerdo por qué, pero tuve la necesidad de mirar hacia el cielo, miré y algo venía cayendo. Un pájaro bastante grande, que después supe era un carancho, pegó con fuerza en el pasto muy cerca de mis pies. Cuando entré a la casa para contarlo, todos me abrazaban y decían: “El abuelo murió”.

Seis años después me pasó algo parecido con el fallecimiento de la abuela, cuando fuimos a Pergamino la estaban velando en el living, todos rodeaban el cajón y sus cercanías, pero a mí me dio miedo y me fui a caminar. Ya había más casas en la cuadra y caminé hasta el arroyo. Me aproximé a la orilla a recoger piedras para hacer sapitos犀利士
;
primero miré hacia al cielo y algo caía, para terminar golpeando sin vida en el piso, al lado de mis piernas en cuclillas, un cardenal, me enteré después.

A mis dieciocho años, cuando murió el tío Raúl, estábamos en una cochería en el barrio de Flores, yo fumaba pero nadie lo sabía, y me fui a hacerlo a una plaza a un par de cuadras, sentado en un banco miré para arriba y venía algo hacia mí… era una calandria muerta que cayó desde cielo.

Hoy, quince años más tarde, la mañana ha empezado especial. Los rayos solares generan una bella luz que ingresa por la ventana del living. Me desperté temprano, varios pájaros cantaban un poco alterados en mi balcón, sobre la calle Venezuela; era muy extraño, siempre había sólo palomas, un montón de palomas y su aleteo constante. Salí al balcón y varios gorriones sin vida yacían en el piso… preocupado miré al cielo, pero por suerte ninguna otra ave cayó muerta cerca de mí…

Hoy es un día crucial, apenas pasadas las doce y treinta del mediodía me encontraré con Ágata, ella sabe que le voy a pedir matrimonio… me di cuenta cuando el domingo pasado la llamé por teléfono y le dije que tenía algo muy importante para decirle… ella quebró su voz, tartamudeó más de lo habitual y finalmente respondió: “Sísí, cla cla claa ro”. Yo, entonces, pregunté: “¿Sabés qué te quiero decir?

Unos segundos después de un silencio total, dijo: “Ima ima imagigino, pepero no qui qui quiquiero ilusiona narme de ma más…”

“Preciosa, el sábado nos vemos en nuestra esquina de Plaza de Mayo. Llegaré un poquito después de las doce y treinta”, le dije y colgué, no quería seguir usando prestado el teléfono de mi tía Lela, ese domingo que había ido a comer pastas a su casa.

Con Ágata nos habíamos conocido unos años atrás en el trabajo, primero me encantó su nombre y después toda ella. Vivía con su madre, una señora muy formal que no la dejaba nunca de controlar y demandar. Habían llegado de Tucumán en febrero de 1951, Ágata para trabajar en esta sucursal de Harrods, en la misma que yo estoy desde 1949 y en la que hace unos meses me cambiaron de horario, por lo que ya la veo muy poco en el trabajo. Y su madre sólo vino para acompañarla, para estar con ella… por costumbre… ya que jamás se han separado.

Nunca habíamos hablado hasta el día de la muerte de Evita, nos cruzamos en aquella multitudinaria despedida. Había tanta gente que parecía imposible encontrarse con alguien, pero nosotros nos chocamos sin querer… al darme vuelta para pedir disculpas, descubrí que era ella. Ágata lloraba y quien era su madre, supe después, tenía cara de enojada, me miró de arriba a abajo pero no me saludó, sólo tironeó del brazo de Ágata y siguieron su camino en medio de una inmensa caravana humana tras el féretro. Verla, simplemente, reparó milagrosamente la consternación profunda que yo sentía ante la muerte de Evita.

A partir de ese día la miré diferente, ya no sólo su nombre me gustaba.

Entre su timidez y la mía, pasó más de un año para que me animara a decirle algo… nos empujamos sin querer al ir apurados por uno de los pasillos, se rio pero no dijo nada, yo la invité a tomar un café después del trabajo. Me dijo sí con su cabeza. Todo el día estuve nervioso, tenso, pensando qué le iba a decir, de qué iba a hablar… transpiraban mis manos y no podía pensar en otra cosa…

Y llegaron las cinco de la tarde, fin de turno, comienzo de ir al bar, de comentar algo … Yo iba hablando de cualquier cosa y ella sólo respondía con gestos, hasta que no sé cómo pude decirle que a mí no me importaba que fuera tartamuda, que hablara sin hacerse problema, que yo la iba a entender y que no tenía ningún apuro para que terminara sus frases, que todo mi tiempo por venir era para ella… y me besó en la mejilla sin mediar palabras y descubrí que simplemente la amaba… ese pequeño beso generó una sensación tan placentera, alegre y confortable… que inmediatamente pensé: “Esto debe ser amor”.

Empezamos a salir y a vernos en secreto, dado que me contó sobre su madre y que sólo el casamiento la sacaría de su casa. Así pasaron casi dos años, generalmente nos encontrábamos en Plaza de Mayo, ella siempre iba a caminar por allí, le encantaba la zona y se conmovía con la Casa Rosada, ya de niña, en su Tucumán natal, si le preguntaban qué quería conocer, decía: “La Plaza de Mayo y la Casa Rosada”. Nuestro punto de encuentro pasó a ser la esquina de Defensa e Irigoyen. Hoy estoy decidido a decirle, en esa, nuestra esquina, que nos tenemos que casar.

De camino a la ansiada cita iba cantando: “Acaricia mi ensueño, el suave murmullo de tu suspirar. Cómo ríe la vida si tus ojos negros me quieren mirar. Y si es mío el amparo de tu risa leve que es como un cantar, ella aquieta mi herida, todo, todo, se olvida. El día que me quieras, la rosa que engalana se vestirá de fiesta con su mejor color. Y al viento las campanas dirán que ya eres mía, y locas las fontanas se contarán su amor.”

Algunos transeúntes me miraban sorprendidos, pues cantaba en voz alta. Ya eran las doce y treinta del mediodía y se oían aviones lejanos, había escuchado que la Armada y la Fuerza Aérea realizarían un acto y lanzarían flores desde el cielo o algo así…

Antes de cruzar la calle vi un micro escolar lleno de niños, que seguramente, se dirigían a la Casa de Gobierno a realizar una visita guiada…

Ahí la vi, a varios metros de distancia, en la esquina acordada, hermosa… y yo seguí cantando en voz alta para que ella escuche: “La noche que me quieras, desde el azul del cielo las estrellas celosas nos mirarán pasar. Y un rayo misterioso hará nido en tu pelo, luciérnagas curiosas que verán…”, y en ese mismo momento, con el ruido de los aviones muy fuerte dejé de cantar, oí un extraño silbido y escuché una explosión, era en el techo de La Casa Rosada… y luego otra y otra… sentí que tenía que mirar hacia el cielo, al levantar mi vista vi algo grande que caía… muy grande para ser un pájaro, pensé… y cayó muy cerca de Ágata… y explotó de manera terrible, espantosa… destrozó la calle, los vidrios, un auto y a ella…

A mí la onda expansiva me arrojó a un par de metros… y seguían cayendo bombas… bombas que destrozaban vidas, amores y canciones…

Alcancé a divisar el micro escolar en llamas… y antes de desmayarme o de morirme, recordé los gorriones tendidos muertos en mi balcón… … y lloré por Ágata… y por todos los demás…

Y sentí que debía mirar el cielo nuevamente… y ahí vi que caía algo oscuro… otra vez demasiado grande para ser un pájaro… hasta me pareció que su tamaño tapó un poco el sol, mientras se escuchaban gritos y tiros de metralla… y se olía humo, un pesado humo en medio de llantos y gritos desesperados…

Hasta que sólo un último zumbido tapó todos los otros ruidos… y una paloma blanca, en ese mismo instante, cayó acribillada sobre mi ensangrentado pecho.

Julio 2019

]]>
https://constitucionypueblo.com.ar/16-de-junio-de-1955/feed/ 0
@trim( "wp-content/plugins/js_composer/assets/css/lib/typicons/include/9345.png");